26 de abril de 2007

La Edad de la Inocencia


Por Sergio Crescini

Siete años tardó la Dictadura, desde 1976, en desmontar el Estado de Bienestar que había regido la vida de los argentinos durante medio siglo. La tarea se llevó a cabo mediante distintos cambios de encaje y a través de leyes que formalizaron la CAL (Comisión de Asuntos Legislativos), conformada por representantes de las Fuerzas Armadas, a los que se sumó una tropa de asesores. Está última, como era de suponer, fue suministrada por los sectores del capital que, desde entonces, han sido los beneficiarios directos de la reconversión.

Con el advenimiento de las instituciones republicanas en 1983 –que retornaron a la vida nacional sólo porque estaban instaladas las condiciones para que la misma rapiña se presentara en clave demoliberal–, la situación en materia legal no cambió demasiado. Por lo que aquellas leyes, impuestas por mercenarios y monopolios, hoy forman parte de la estructura jurídica nacional y condicionan el entramado estructural de relaciones sociales y económicas.

Es decir, desde hace tres décadas existen las condiciones legales para la fuga de capitales; la concentración oligopólica de la riqueza; la quiebra de la producción nacional; la enajenación del patrimonio y los recursos estratégicos; el abandono del desarrollo e investigación en sectores de la industria; la dolarización de la economía; el endeudamiento externo; el desempleo, la indigencia y la pauperización de grandes sectores sociales, etc.

Parte del paisaje

Por la perdurabilidad del contexto, las nuevas generaciones se han formado pensando que la injusticia social es un dato inmodificable de la realidad.
Hasta tal punto que, en la década del ’90, se pudo instalar sin mucho esfuerzo el concepto de inviabilidad; aplicado brutalmente sobre regiones enteras de nuestro país, a fin de promover una reformulación del sistema que acotara el mapa a los centros de interés del capital imperialista.

Inviabilidad. Este término me recuerda a una expresión que se popularizó, no casualmente, en los noventa: “ya fue”. Y cuando no podés ser porque ya “fuiste”, ¿qué te queda por perder?

Pero esos que “fueron”, los arrojados por la borda para desembarcar en una ilusoria modernidad provista por los “inversores”, constituyen hoy –paradójicamente– el blanco de las acusaciones. Hacia ellos se dirigen las sospechas en los altavoces de la reacción “democratizada” que busca, convirtiendo a las víctimas en victimarios, perpetuar el proceso sostenido de descomposición económica y social. El mismo que prohijó durante tres décadas el cipayaje militar o civil y que, ahora, va tras la protección de la “mano dura”.

La crítica como ejercicio necesario

La compulsión por ocupar el espacio público con reclamos de seguridad a cualquier costo, ha puesto en evidencia una sociedad sin rumbo. Una sociedad, por otro lado, que parece estar asfixiada entre posiciones partidarias que, con apenas una diferencia de matices discursivos, sostienen el mismo modelo de distribución de riquezas y oportunidades.

Tal desconcierto frente a la ausencia de alternativas políticas para encontrar respuestas satisfactorias, alienta a pensar en la creación de un estado gendarme que primero actúe y después pregunte; o que deje las manos libres a la policía por fuera del orden público. En otras palabras, la ausencia de la política invita a retornar a la militarización del orden interno.
Por ello, surge aquí la necesidad de una profunda revisión, a efectos de establecer:

• Qué es realmente lo que sucede y qué es lo que está detrás de cada episodio criminal.
• A quién le es funcional este juego y hasta qué punto este escenario no es la construcción de un velo para evitar toparse con el problema social que le sirve de condición material de existencia.
• A qué amo reportan esas muchedumbres que, sin saber bien qué ocurre, salen compulsivamente a defender el statu quo.

Para emprender la búsqueda de respuestas es necesario recuperar la discusión y la práctica política en serio. Una discusión y una práctica liberadas de la especulación electoral; un abordaje real de los problemas y no la adecuación del discurso a lo que resulte más conveniente para no perder los favores de los aparatos o del funcionario o empresario que nos atiende generosamente el celular y distribuye, no menos generosamente, los recursos de campaña.

Pero pedirle tales cosas a los gestores del sistema demoliberal es, por lo menos, ingenuo. Porque los mismos a quienes hoy entrevista la prensa comercial buscando una respuesta ante “las demandas de seguridad de la gente” son, en su gran mayoría, los que accedieron a gestionar la transferencia de riquezas provinciales y nacionales sin beneficio de inventario.
Son, también, los que escalaron gracias a sus tramposos perfiles post ideológicos, y que nunca tuvieron la menor intención de cambiar las condiciones de desigualdad o de desafiliación y desprotección social.

Esos mismos rostros que sonríen en afiches y folletos son los mismos que durante años permanecieron impávidos ante el hambre, la miseria y la exclusión. Y creer que estos subproductos del mercadeo electoral pueden ofrecer algún rastro de solución es seguir montando una puesta en escena para que la farsa continúe.

Salir de la edad donde todo es inocencia, implica entender que aquellos que gestionan el modelo, sin cambiar ni cuestionar los términos de distribución de la riqueza, difícilmente puedan hacer otra cosa más que mantener o profundizar las condiciones de descomposición social que los índices delictivos están sintomatizando.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

excelente nota, no podemos seguir siendo tan inocentes de creer en estructuras partidarias podridas y en los mismos dinosaurios de siempre, de todos modos será siempre la única opción válida votar a clemente?. Lo menos peor no sive.

Anónimo dijo...

Valeria: conozco a algunos de los que participan de este espacio, y te puedo asegurar que dinosaurios de verdad, solo encontras aca...
Muchachos basta de revoluciones que nunca tienen el coraje de llevar a cabo... sinceramente sus notas parecen buenas hasta que uno se entera de quien viene y lo poco consecuente que son la mayoría de ustedes con lo que escriben....

Anónimo dijo...

...¿Las notas son buenas hasta que uno se entera de quien vienen?... o sea ¿alguien a quien consideremos bueno puede decir una reverenta boludez y habría que tomarla como cierta? ¿y un hijo de p... dice la más pura verdad, y debemos desecharla por incongruente?.. sr. anónimo, déjeme elegir a mi. No se quienes hacen este blog, ni el nivel de hiputez que se cargan, pero encuentro en este lugar algunas cosas que se dicen y que en todos los lugares callan, y en todo caso uno puede elegir 'ir a la realidad' y ver que medida son así, sin importar quien lo diga. Se supone que es espacio para reflexionar sobre la realidad poítica y no un tester de moral de quien dice una mentira o una verdad. Por lo menos asi-lo-veo-yo.

Anónimo dijo...

El mini-debate anónimo producido en el blog, me invita a plantear algunas reflexiones, renunciando al recurso de ocultar la identidad.

Los dinosaurios se extinguieron hace 60 millones de años, si no me equivoco. La metáfora jurásica aplicada a ciertos personajes de la política, tal vez aluda a la increíble capacidad de supervivencia de esos especímenes, lo que en la realidad no sucedió, todo lo contrario, algún fenómeno natural acabó con ellos.

Me resulta más cómodo, y pertinente, recurrir a otro bicho que si sobrevivió a todos los cataclismos y tal vez perviva a la especie humana: la cucaracha.

Ser por demás despreciable: se mueve en la oscuridad, entre la basura y la descomposición, transmite enfermedades y resulta difícil combatirlas.

Ahora bien, si nos referimos a aquellos representantes de la “vieja política” , que aún se mueven entre nosotros, calificándolos como dinosaurios estaríamos errando la apreciación, porque éstos no se encuentran ni siquiera cerca de estar en vias de extinción.

No pretendo continuar buscando afinidades zoológicas, los bichitos no tienen la culpa de las barbaridades cometidas, que cometen y cometerán algunos advenedizos miembros de la mal llamada “clase dirigente” o “clase política”.

La política implementada en la década del ’90 –y aún antes diría, desde 1976- de la que no voy a enumerar sus secuelas, tuvo sus ejecutores concientes, responsables políticos y “levantamanos” de los más diversos orígenes.

Mal que nos pese a los que creímos que después de diciembre de 2001, los promotores, causantes y perpetradores de la debacle nacional, cuanto menos se “retirarían” , nos equivocamos.

Ahora los que nos trataban de “nostálgicos”, que nos quedamos “en el ‘45”, “forajidos” o el más directo “zurditos de mierda” , nos vienen a explicar eso de lo “nacional y popular” que despectivamente calificaban no hace más de 10 años como “nac & pop”.

Los mismos que levantaron la mano (en Mendoza) para privatizar Giol, Obras Sanitarias, EMSE, aniquilar el sistema previsional provincial (mal conocido como “transferencia de la Caja de Jubilaciones”) o en la nación para concesionar todo (YPF, ferrocarriles, comunicaciones, y un largo y doloroso etcétera), hoy se mueven entre los numerosos espacios políticos y sociales “progresistas” (no se muy bien qué quiere decir) afines a estos nuevos vientos nacionales y populares.

Algunos a cara descubierta, con la impunidad que otorga la falta de memoria o la negación del dolor, otros sin mostrarse demasiado como el peor y más perverso gobernador que tuvo Mendoza (¡si, peor que el Cleto!) de apellido de aeropuerto.

No me consta que en el MRP4/4 haya recalado alguno de éstos preclaros personajes, no apelo a la queja del que se queda en su casa porque son todos malos, antiguos enemigos o futuros adversarios... o por las dudas. Es urgente que quienes resistimos el famoso modelo (antes sacralizado, hoy demonizado) desde nuestros espacios de militancia, académicos o desde la simple lucha diaria por la supervivencia, no dejemos “la Política” en manos de estos “dirigentes profesionales”, de lo contrario, los dinosaurios –extintos- seremos nosotros.

Beto Lanatti