14 de abril de 2007

Las mujeres y sus trabajos


por Cynthia V. Lana

Las mujeres han ingresado masivamente al mercado laboral, y este es un aspecto positivo en la evolución de las diferencias de género. Desde el punto de vista individual, la independencia económica les ofrece una alternativa a la opresión doméstica del tradicional canon familiar en donde el hombre era el único sostén.
Pero si bien se trata de un avance, no puede desconocerse que aún persisten diferencias de dignidad y derecho entre los sexos. Paradójicamente, en el mismo campo de lo laboral donde las mujeres conquistan su autonomía.

Es cierto que se ha obtenido igualdad ante la ley, en principio, y algunos derechos civiles anteriormente negados. También es cierto que se cuestiona –con todas las consecuencias políticas del caso– que la capacidad de reproducir la especie conlleve "natural y automáticamente" la obligación de crianza de los hijos y cuidado de la familia. O que lo biológico (el hecho de ser de diferente sexo) implique deberes u obligaciones para un sexo y no para otro.

Pero la realidad es que las mujeres sufren una doble jornada laboral. Es decir, tal y como está planteada la cosa, la mujer sigue encargándose de las tareas domésticas sumadas a la crianza de los hijos y, además, trabaja fuera de su casa.
El punto es que el trabajo fuera del hogar es remunerado y no así el del hogar. Al contrario, este último es considerado despectivamente como simples “quehaceres domésticos”. En otras palabras: está culturalmente instalada la noción de que el ama de casa no trabaja porque no produce valores de cambio. Incluso, ella misma lo considera de ese modo

¿Es realmente así? De ninguna manera. Las amas de casa –y las mujeres en general– cumplen una función esencial en toda sociedad productiva porque son quienes reproducen la fuerza de trabajo. Son las únicas capaces de tener hijos y, por lo general, se encargan de su crianza, hasta que en la adultez ingresen al mercado laboral. Producen mano de obra y por esta producción no reciben remuneración alguna de ninguno de los actores del capital: ni de las empresas, ni del Estado. Situación ésta que aparece más dimensionada entre los sectores con menos recursos y que se revela aún más trágicamente entre la población excluida del aparato productivo.

La norma parace ser: si trabajo para una empresa, me pagan; si trabajo en mi casa produciendo futuros trabajadores, no.

¿Qué se puede hacer? Las mujeres argentinas trabajan todo el día y todos los días; incluso los fines de semana y en vacaciones. Si pretendemos generar todos, –hombres y mujeres– un país socialmente justo, con una equitativa distribución de la riqueza, es imprescindible considerar esta doble explotación de las argentinas.

Para revertir esta situación en lo inmediato, se podría implementar una remuneración o salario básico para el ama de casa, financiado con fondos públicos del Estado. A fin de obtener tales recursos —que volverían en parte a las arcas públicas y al mercado interno argentino, ya que no cabe duda que serían dedicados enteramente al consumo– no parece una mala idea crear un gravamen específico a la actividad (timba) financiera, que genera diariamente enormes ganancias sin pagar un solo peso de impuestos.

Estaríamos ofreciendo así una reivindicación a siglos de explotación; lo cual generaría, además, un saludable sacudimiento de las relaciones culturales entre los sexos. Porque si el trabajo de crianza y reproducción de los hijos (mano de obra) fuera remunerado, se despejarían definitivamente las dudas acerca de qué es trabajo y qué no; primero en el seno familiar y luego en la sociedad entera.

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