3 de junio de 2007

Los viejos amores de la nueva política - Nota 1


Por Manolo Giménez

Como en aquel inolvidable 1994 de la Reforma Oliva, el titular de la Casa Rosada (o su simple retrato) ha vuelto a ser la brújula que orienta la estrategia de los aparatos políticos por los inaccesibles jardines del Bien y del Mal.
Sin pretender comparar estilos, orientaciones y épocas; para los así llamados “operadores” la invocación del Presidente es nuevamente la referencia —¿digamos ideológica?— ineludible en toda empresa electoral que se precie de realista.

Son los mismos que durante el último cuarto se siglo se empeñaron en exorcizar el costado revulsivo del peronismo pretérito y hoy no pierden oportunidad de ofrecer alguna muestra de simpatía verbal por esas mismas luchas que antes ocultaban como un secreto de familia.
En lo formal no han cambiado demasiado: siguen renegando del pasado de su propio movimiento, aunque ahora acongojados por las ruinosas consecuencias del “neoliberalismo menemista”. Insistente muletilla esta última que casi ninguno de tales personajes puede definir acabadamente ni caracterizar en los mismos términos que sus pares; tal vez porque cada uno necesita una explicación amoldable a las distintas necesidades de autojustificación, ya que en su gran mayoría fueron testigos entusiastas —o, al menos, complacientes— del período en cuestión.

Revoluciones de ultratumba

Pero donde cabalmente se ha sabido aprovechar el relevo de tales referencias simbólicas es en la modalidad de instalación que, a menudo, identifica a la nueva generación de oportunistas en estos últimos cuatro años.

Porque desde que la gestualidad presidencial estimuló la jerga filorrevolucionaria, el revival setentista, con sus homenajes a Paco Urondo, Rodolfo Walsh y algunos otros destacados integrantes de las OPM, incorporó una numerosa clientela en la clase media semiculta. Ejemplo de ello es la proliferación de agrupaciones políticas y universitarias o centros de estudios (sic) que optan por la nombradía de algún combatiente prestigioso; seguramente, más por adhesión al prototipo romántico del intelectual inmolado que al personaje histórico concreto.
Otro tanto puede decirse del sospechoso interés que muestran, por los mismos muertos venerables, los medios del Grupo Clarín, siempre dispuestos a acompañar la autoconfiguración imaginaria de sus televidentes y lectores.

Orientados por esta moda, conmovedores discursos recorren casi todas las ciudades del país. Pero rara vez los homenajeados —protagonistas de una fase malograda del proceso revolucionario argentino— son sometidos a la dilucidación histórica medianamente rigurosa. Aunque más no sea con el fin de recobrar o criticar en algún aspecto las tácticas de la misma estrategia de acción que se pretende, en apariencia, valorar positivamente. Pareciera que sólo citar tales nombres constituye trámite suficiente para obtener la carta de ciudadanía del progresismo K.

En realidad, se trata de sustituir la práctica crítica del presente por el homenaje inocuo a los que ejercieron (adecuadamente o no) la crítica de la sociedad semicolonial en el pasado. Así, por ejemplo, la flamante vanguardia oficialista que parece aceptar sin objeciones el protagonismo de Cargill o Bunge en el “milagro económico argentino” despliega una indignación ya del todo inútil contra el golpismo; obviando mencionar, prudentemente, que la aborrecida dictadura de 1976 segó la vida de éstos —y de miles de militantes populares más— con el objetivo de adaptar el funcionamiento económico al proceso de acumulación de los sectores más concentrados e internacionalizados del capital que son, precisamente, los que lideran actualmente el ranking del mercado externo argentino.

Como se ve, algunos retoques semánticos “à gauche” y una repentina preocupación por los derechos humanos, han bastado para que los oportunistas, nuevos y viejos, vuelvan a colarse en la política electoral y granjearse el respaldo de un numeroso sector de la clase media urbana, que aún destina sesiones de diván al incómodo recuerdo del Chacho Alvarez y a la indigestión del sushi.

Pues al éxito de los oportunistas le corresponde el entusiasmo por una difusa “nueva política” que, sin muchas explicaciones, hace declaración de fe revolucionaria al tiempo que abreva en figuras como Julio Cobos o Daniel Scioli. Lejos de reparar en tales contradicciones, el progresismo pequeñoburgués parece estar reescribiendo sus antiguas fábulas, con distintos personajes pero con la estilográfica de siempre.

Aunque esta travesía ficcional, como se tratará de mostrar en las próximas entregas, es otra parte de la misma historia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es indudable que la politica fue muerta alla por el setenta y seis desde ahi todo fue coca cola, encuestas y la necesidad de los politicoas de parecerse cada ves mas a lo que su asesor de imagen pretende.-
como alguna ves supo decir Castro de la politica burguesa, solo un concurso de velleza que de por iniciado el carnaval.- en este marco no hay identificaci{on posible con lo concreto, con la cotideaneidad solo es discurso, vacio, significado ausente todos corren a parecerse.-