2 de abril de 2008

Malvinas: un programa alternativo al progresismo


Por Manolo Giménez

¿Por qué la batalla de Puerto Argentino, en la que tropas nacionales recuperaron las Islas Malvinas el 2 de abril de 1982, no goza hoy entre las filas de la izquierda y el progresismo de la misma consideración que otros episodios anticolonialistas?

La respuesta parece sencilla. Identificados con el régimen criminal nacido en 1976, los comandantes que ordenaron el desembarco serían indignos de un lugar en el proceso emancipatorio de los pueblos oprimidos. Puesto que el Parnaso de la imaginación revolucionaria no admite asesinos ni fascistas.

Usadas con demasiada frecuencia, las elaboraciones de este tipo —o parecidas— parten de una visión estática de la realidad y de una rígida elucidación de las causas de los procesos políticos, donde se privilegian los caracteres personales o ideológicos por sobre la dialéctica del devenir histórico. El idealismo o el irracionalismo romántico sustituyen, así, al método científico entre los socialistas y progresistas argentinos. Curiosa posición de avanzada, por cierto, ya que necesita sostenerse sobre doctrinas del siglo XVIII.

Entrevistado por el dirigente sindical argentino Mateo Fossa en 1938, León Trotsky usaba el siguiente ejemplo para definir un encuadre conceptual más propicio a la era del imperialismo:

“Supongamos —decía— que el día de mañana Inglaterra entra en un conflicto militar con Brasil. ¿De qué lado se ubicará la clase obrera en este conflicto? En este caso, yo personalmente estaría junto al Brasil ‘fascista’ contra la “democrática’ Gran Bretaña. ¿Por qué? Porque no se trataría de un conflicto entre la democracia y el fascismo. Si Inglaterra ganara, pondría a otro fascista en Río de Janeiro y ataría al Brasil con dobles cadenas. Si por el contrario saliera triunfante Brasil, la conciencia nacional y democrática de este país cobraría un poderoso impulso que llevaría al derrocamiento de la dictadura”.

(Hoy sabemos que la rendición de Puerto Argentino fue impuesta por un grupo de militares del Estado Mayor orientados por el embajador norteamericano Harry Schlaudeman, aliado de Inglaterra, semanas antes del 14 de junio. Para Margaret Thatcher y los políticos profesionales argentinos, el acto de traición encabezado por Cristino Nicolaides dio inicio a la democracia en nuestro país).

“Realmente, hay que ser muy cabeza hueca —opinaba el fundador del Ejército Rojo para reducir los antagonismos y conflictos militares mundiales a la lucha entre fascismo y democracia”.

Aunque devota de un modelo de democracia garantista, la izquierda progresista argentina no deja de adherir —como decíamos— a las revoluciones convenientemente lejanas en el espacio o en el tiempo. Especialmente en la ciudad de Buenos Aires, castristas, bolivarianos, guevaristas y hasta simpatizantes del integrismo islámico —frente a cuyos jefes el General Galtieri parecería un idílico humanista— despliegan en frecuentes movilizaciones callejeras una rebelión que no supera, la mayor parte de las veces, el estadio de lo simbólico.

Se trata de un ejercicio casi siempre inofensivo, aunque reúna las mejores intenciones, que rara vez ha sido un escollo para el capital monopolista actuante en la formación social argentina o para las fuerzas diplomáticas y militares que le sirven.
La reanudación de la lucha por Malvinas, en cambio, constituye en sí misma un programa para la auténtica revolución nacional de los argentinos.

Piénsese qué ocurriría, por ejemplo, si el Gobierno Nacional pusiera en marcha acciones hostiles hacia Gran Bretaña, tales como expropiar tierras de propiedad británica o suspender toda actividad de empresas de ese origen en el territorio nacional, hasta que sean reintegradas las islas. Seguramente se operaría un cambio radical respecto a la relación de nuestro país con los centros mundiales de poder y el sistema de policía internacional ejercido por los Estados Unidos.

En tal situación, el esquema de defensa nacional obligaría a reactivar la industria civil y la tecnología militar, así como a renacionalizar los servicios estratégicos como la telefonía, la televisión, la línea aérea de bandera, los recursos alimentarios y mineros, etc.

Tampoco caben muchas dudas de que una acción de este tipo aceleraría la integración de la Nación Latinoamericana; cuyos pueblos, dicho sea de paso, nos acompañaron en 1982 sin preguntarse por la naturaleza política —fascista o democrática— de quienes tomaron la decisión de emprender la batalla.

El propio Fidel Castro lo explicaba en estos términos: “La guerra colonial de la señora Thatcher y su gobierno contra el derecho de la Argentina a ejercer su soberanía territorial sobre las islas Malvinas, derecho que el Movimiento recogió desde su misma fundación, motivó la solidaridad de los países no alineados con el país agredido. Cuba, a pesar de las diferencias ideológicas y políticas que la distinguen del gobierno argentino, no vaciló en apoyar la justa demanda de ese noble pueblo. Podríamos informarles a los países miembros que los sucesos de las Malvinas constituyeron un momento relevante en el desarrollo de una conciencia latinoamericana”. (VII Cumbre de los Países No Alineados, Nueva Delhi, 1983).

Para la fecha en que se tomó la decisión de desembarcar en Puerto Argentino, la respuesta militar era prácticamente inevitable (tal como lo demuestra la documentación que puede consultarse en este mismo blog. Ver en “Notas anteriores”/ 2007 / abril: “Antecedentes de Puerto Argentino”, 2 de abril de 2007).

Sólo un poderoso aparato de propaganda al servicio de los “negocios” que atan a nuestro país con las potencias “democráticas y civilizadoras” puede sostener la identificación de la causa de Malvinas con el ideario de una dictadura financiada por los oligopolios —como la sojera Cargill, por ejemplo— que, precisamente, siguen siendo los principales beneficiarios de tales vínculos de dependencia.

Como en 1982, el topo de la historia puede asomar la cabeza por entre las planificadas estrategias de sumisión. La crisis del capitalismo mundial y la vertiginosa caída de la hegemonía norteamericana invitan a pensar en algo más que la simple reivindicación jurídica del pasado.

Invitan a pensar en una nueva etapa de lucha.
Invitan a pensar en Malvinas.

3 comentarios:

Llegando a los Monos dijo...

Muy bueno el artículo Manolo. Aunque como un buen alumno, me permito disentir con el maestro. ¿No debería sostenerse una política nacional en la argentina continental, por ejemplo monopolizando la renta agraria para obtener una posición de fuerza frente al conflicto Malvinas?
¿Tenemos la soberanía plena en el territorio actualmente bajo el control de la administración nacional? ¿o se trata de un poder nominal? ¿puede el kirchnerismo siquiera plantearse los certeros interrogantes que plantea tu artículo? un fraternal abrazo.

Anónimo dijo...

Querido Juanma: respecto a tu generoso comentario en el blog, no creo que haya mayores diferencias entre monopolizar —entiendo que estás hablando de hacerlo en manos del Estado — la renta agraria y nacionalizar los recursos alimentarios, tal como lo proponemos en nuestra nota. Por lo menos en lo que respecta a su carácter estratégico y en el marco de un hipotético enfrentamiento con Gran Bretaña.

En cuanto al inexistente control soberano del territorio nacional y a las limitaciones del kirchnerismo para plantearse estas cosas, creo que seguimos en todo de acuerdo.

Sin embargo, me gustaría destacar nuestra frase “la reanudación de la lucha por Malvinas constituye en sí misma un programa para la auténtica revolución nacional”. Entiendo que incluye lo que tal vez sea una diferencia en el orden de las cosas: en lugar de aspirar a que un quimérico nacionalismo de los Kirchner agudice el conflicto por Malvinas, confiamos en que la agudización del conflicto por Malvinas —en caso de que ocurriese— logre nacionalizar a los Kirchner.

Y esto no es tan quimérico, pues algo similar ocurrió en abril de 1982.

¡Qué bueno hubiera sido caminar con vos por el centro de Mendoza en aquellos días!
Es casi seguro que me hubieras aclarado mucho más rápido las cosas que, por entonces, me parecían incomprensibles.
El aborrecido régimen —que nos había disparado en la calle Pedro Molina tres días antes y nos había hecho sentir el terror durante seis años; que llevó a cabo el peor plan de entrega nacional hasta ese momento— concretaba el viejo anhelo de recuperar Malvinas.

Días después, veíamos en la tele como el proligárquico canciller Nicanor Costa Mendez —hasta entonces un campeón de la obsecuencia semicolonial— se abrazaba con los funcionarios de la Nicaragua sandinista y de Cuba. Fue realmente increíble.

Tal como ahora, seguramente, te parecerá descabellado imaginar a nuestra Hillary en una cruzada de este tipo.

A poco de iniciarse el inevitable enfrentamiento con los rifleros del “porteñista” Tejedor, en 1880, el General Roca le escribía a su amigo Dardo Rocha una frase casi inaceptable por lo terrible: “La guerra será fecunda, descubre misterios y establece hechos que completan la organización de los pueblos”.

Ojalá que la humanidad alguna vez alcance un estadio de civilización —liberada por el socialismo de toda violencia y opresión—, en que estas palabras dejen de ser tan cruelmente ciertas.

myriam dijo...

Bravo Manolo!! La causa popular más clara es Malvinas. A pesar de las desmalvinización que perpetraron los gobiernos democráticos posteriores. Cuando digo más clara, no significa la única. Sólo que los mensajes confusos fueron alejándonos de la verdad y de la integridad como pueblo. Gracias por permitirme leerte.