1 de mayo de 2008

Observatorios de Medios y Cultura (Nota 2)


Por Octavio Getino

En materia de observatorios de cultura y de comunicación, hay miles de ellos en mundo, cada cual con sus particulares abordajes y modos de financiamiento, operatividad y metodología de trabajo. Sin ir más lejos, la propia Organización de Estados Americanos elaboró un proyecto de Observatorio Interamericano de Políticas Culturales y más de una vez los responsables nacionales de cultura de los países iberoamericanos coincidieron en la posibilidad de crear un Observatorio Iberoamericano de Cultura.
A partir de estas inquietudes, y con la aprobación de los gobiernos de la región, los ministros y responsables de la cultura iberoamericana, han puesto en marcha, con mayor o menor empeño y claridad, sistemas nacionales de información cultural.

Esto ocurre desde hace un par de años en Argentina, de igual modo que existe en la Secretaría de Cultura de la Nación un Sistema de Información Cultural de la Argentina (SINCA) (www.cultura.gov.ar/sinca) y un Laboratorio de Industrias Culturales. En el Gobierno de la Ciudad –desde hace cuatro años- existe un Observatorio de Industrias Culturales, que nos tocó diseñar y coordinar entre 2004 y 2007 (www.buenosaires.gov.ar/observatorio). Una inquietud parecida manifestaron el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires y los de otras provincias, e incluso hay universidades y facultades que tienen sus propios observatorios, como la Universidad de Córdoba o la Facultad de Ciencias Económicas de Buenos Aires. También los hay en organizaciones sociales, como la UTPBA, que representa a los periodistas de la ciudad de Buenos Aires.

Ellos tienen distintos niveles de desarrollo y evolución. Muchos están vinculados a universidades, como sucede con la Universidad de San Pablo, en Brasil, la Javeriana en Colombia, la de la República en Uruguay o el Proyecto Observatorio de Medios de Comunicación en Ecuador. Otros han surgido de iniciativas de profesionales de la comunicación o de organizaciones sociales como la Agencia de Noticias dos Dereitos da Infancia (ANDI/Brasil), dedicada a tratar el tema de los derechos de los niños y los jóvenes en los medios de comunicación, o la Veeduría Ciudadana de Comunicación Social del Perú, y también de iniciativas internacionales como el Observatorio Global de Medios, de Venezuela, asociado al Observatorio Internacional de Medios (Media Watch Global).

Se estima que a nivel mundial oscila entre 1.000 y 1500, el número de observatorios dedicados a la cultura y los medios de comunicación. Tal como observa Germán Rey, de la Universidad Javeriana y miembro del Sistema Nacional de Ciencia de Colombia: “Los Observatorios tienen focalizaciones temáticas o ejes específicos de su acción. Mientras que unos insisten en los derechos de la infancia y los jóvenes, otros subrayan el papel de los medios en la representación de los conflictos internos; mientras unos se ocupan preliminarmente de la relación entre información y elecciones, otros se preocupan por los derechos humanos, la intimidad o la figuración de la alteridad. Hay observatorios que buscan incidir en la generación de leyes mucho más modernas y democráticas en materia de medios e información, mientras que algunos intentan observar permanentemente la información proporcionada por los medios de comunicación en un período particularmente turbulento de la historia política, social y comunicativa del país. Todos estos temas tienen sin embargo dimensiones comunes: el reconocimiento de la importancia de la comunicación para la democracia, la necesidad de fortalecer el derecho ciudadano a la información, la insistencia en las exigencias que desde la ciudadanía se hacen a los medios para que los ciudadanos puedan ser cada vez más autónomos, la urgencia de participar en la construcción de agendas públicas así como en la democratización de las comunicaciones”.

La importancia de esta labor de alcance mundial, pero de aplicación local –lo que se observa siempre es un recorte de un contexto delimitado como campo de estudio- fue puesta de manifiesto en sucesivos encuentros, algunos de carácter regional, convocados por organismos intergubernamentales y otros de mayor amplitud, como fue el realizado en San Sebastián, España, en noviembre de 2007, en las llamadas Jornadas Internacionales con los Observatorios de la Cultura.

En Francia, Alemania y España hay instancias creadas por el Estado que son independientes de la gestión (siempre contingente) de gobierno, que observan el funcionamiento de los medios (de gestión estatal o privada) con el resguardo de la diversidad y la pluralidad de quienes realizan esa observación. Tal vez el observatorio europeo que más se parezca a los latinoamericanos sea el Observatorio Francés de Medios, también creado a partir del Foro Social Mundial y surgido oficialmente el enero de 2003 en París. Conectado al Media Watch Global trata de “proteger a la sociedad contra los abusos y las manipulaciones”, así como “defender la información como un bien público y reivindicar el derecho de los ciudadanos a ser informados”. Otro observatorio que realiza una labor remarcable es el OETI (Observatorio Europeo de Televisión e Infancia) localizado en Barcelona.

Un relevamiento efectuado por Luis Albornoz, de la Universidad Carlos III de Madrid y Michael Herschmann, de la Universidad Federal de Río de Janeiro, identificó en 2007 un total aproximado de 55 observatorios de cultura, políticas culturales y medios de comunicación en el espacio iberoamericano (actualmente sería posible identificar alrededor de 150 observatorios en la región). Alrededor de la mitad de los mismos correspondía en aquel año a España, una decena a Brasil, y cuatro en cada uno de los países de Argentina, Colombia y Uruguay. Asimismo se conocían las experiencias de otros sistemas y veedurías de medios en Perú, El Salvador, Venezuela y otros países de la región. Algunos de ellos, financiados por fundaciones internacionales, como la Ford, en Brasil, y otros por poderosos emprendimientos privados, como el Banco Itaú de Brasil (Observatorio Itaú Cultural), un proyecto del cual inicialmente participamos en carácter de consultoría y que tendía a cubrir un vacío enorme en materia de información sobre el espacio cultural brasileño. Otros dependen de organismos gubernamentales, como arriba se ha mencionado, y por tanto están sujetos a las contingencias políticas y a los imprevisibles y repetidos cambios de funcionarios. Los hay también de carácter mixto.

El criterio que rige la habilitación de estos observatorios, es la de relevar y sistematizar información cuantitativa y cualitativa sobre los recursos culturales y los medios de comunicación social existentes en cada país o localidad, ya sea con mapeos, relevamiento de datos y producción de estadísticas, o mediante encuestas acotadas a ciertos temas, de modo de procesarlos y ponerlos en servicio de la comunidad. El punto de partida es la incuestionable afirmación de que no existe política ni proceso de toma de decisiones, de carácter público o privado, que puedan ser confiables y sustentables sin tomar en cuenta una masa de información fidedigna y actualizada.

Un elemento predominante en muchas de estas experiencias, es la concentración en los estudios meramente cuantitativos –estadísticas, incidencia económica, cuentas satélites de cultura, etc.- aunque, a veces también esto se complementa con cierta orientación hacia el análisis de la dimensión cualitativa. Es decir, los contenidos simbólicos que son el soporte motriz y la esencia misma de las industrias culturales y los medios de comunicación, y sobre cómo ellos inciden no ya en la economía, la balanza comercial o el empleo, sino en la formación de ciudadanía.

Este tema fue materia de un seminario internacional a mediados de 2007 en Bogotá, cuando las autoridades culturales de esa ciudad convocaron a especialistas de los países andinos para intercambiar experiencias en el diseño de indicadores culturales que permitieran medir, no sólo la oferta y la demanda de actividades o servicios culturales o mediáticos –espectáculos populares, programas televisivos, shows musicales, eventos turísticos, programas deportivos, etc.- sino, particularmente, el efecto social que dichas políticas, estrategias y acciones tienen en la disminución de la violencia, el combate a la droga, la inclusión social, la formación ciudadana, los valores solidarios, etc. Para quienes fuimos invitados a participar en dicho encuentro, este enfoque tenía una importancia y una complejidad mucho mayor que la simple –aunque necesaria- recopilación de datos cuantitativos (a los cuales la mayor parte de las empresas también se resisten, porque si la información es poder, democratizarla es hacer otro tanto con el poder mismo, objetivo que no coincide con los intereses sectoriales de las grandes empresas de la comunicación y los medios).

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