3 de mayo de 2008

Observatorios de Medios y Cultura (Nota 3)


Por Octavio Getino

En lo específico de los grandes medios está claro que su poder e influencia ha crecido de manera simultánea a la pérdida de confianza por parte de la población en la mayor parte de sus dirigencias políticas y sociales lo cual ha erigido a muchos periodistas y comunicólogos en jueces, fiscales y “punteros” de las políticas de las grandes empresas mediáticas, claramente asociadas o dependientes de quienes dominan la economía local y transnacional. Medios y globalización neoliberal están íntimamente
vinculados.

Es por ello, tal como observa el periodista Ignacio Ramonet, que resulta necesario y urgente debatir la manera en que los individuos pueden exigir a los grandes medios “más ética, más verdad, más respeto por una deontología que permita a los propios periodistas actuar según sus propias conciencias y no en función de los intereses de
los grupos, empresas y patrones que los emplean… La existencia de un Observatorio de Medios constituye un contrapeso indispensable frente al exceso de poder de los grandes grupos de comunicación que imponen, en materia de información, una única lógica –la del mercado- y una única ideología –la del pensamiento neoliberal-. La existencia de un observatorio de ese carácter pretende ejercer una responsabilidad colectiva, en nombre de los intereses de la sociedad y del derecho de los ciudadanos a ser bien informados”.
(www.observatoriodaimprensa.com.br/artigos)

En este punto cabe resaltar que la mayor parte de los observatorios de cultura y medios que existen en América Latina, no se ocupan solamente de un monitoreo crítico o restrictivo, sino que, como apunta Susana Herrera, doctora en Comunicación de la Universidad de Navarra (España), ”trabajan principalmente con un carácter propositivo que les lleva a tratar de formular otras prácticas, estilos y contenidos posibles de manera que la crítica no sólo sea destructiva sino también edificante y constructiva. De esta forma, los observatorios latinoamericanos comparten la convicción de que llegados a este punto, la protesta sin propuesta no sirve de nada”. (www.saladeprensa.org/art638.htm)

Frente a las crisis que viven nuestros países, los observatorios de medios son lugares sociales nuevos alentados por una tradición que ha insistido en unir democracia y comunicaciones desde una perspectiva emancipatoria y crítica. Lugares del ver y observar ciudadano, que en su operación de control político del poder permiten, a su vez generar participación social, presencia activa en la vida pública. Apuestan, tal como observa Germán Rey, “por una información pluralista que debata los temas que le interesan a la sociedad, que convoquen diferentes matices de la interpretación, que 'hagan escuchar lo que la gente le quiere decir al poder'. Como otras figuras sociales, los observatorios y las veedurías emprenden un camino que expresa, dentro del rango de sus acciones, las vicisitudes y los desafíos de las propias sociedades”. (www.veeduria.org.pe/articulos/rey.htm)

Los observatorios de medios –o las también llamadas veedurías- procuran contribuir a establecer parámetros que sirvan para verificar el cumplimiento de estos deberes periodísticos que incentivan la mayor calidad en la convivencia ciudadana y el funcionamiento de la sociedad. En una democracia participativa, es decir, aquella que integra un conjunto de organizaciones y comunidades con el fin de incidir en la toma de decisiones y en la definición y el control de las políticas públicas, los observatorios pueden constituir –según Germán Ortiz Leiva, de la Universidad de La Sabana (Colombia)- un auténtico mediador entre medios y sociedad, aumentando un espacio social, hasta ahora prácticamente vacío, pues la ciudadanía ha sido convertida en un conjunto de consumidores representados de modo ficticio por sondeos de opinión que emplean, sobre todo, metodologías cuantitativas, necesariamente reduccionistas, y con matices que no dan cuenta de los valores sociales más importantes de la comunidad. (www.saladeprensa.org/art293.htm)

Por otra parte, no corresponde a los observatorios la facultad de ordenar o sancionar a nadie –como no es propio de ningún sistema de información de carácter científico- sino la de brindar un servicio público informando sobre los resultados de sus estudios, análisis o veedurías, para que sea la propia comunidad, y los distintos sectores que la conforman, quienes hagan el uso que crean más adecuado para el mejoramiento de los intereses del conjunto. Algo que excede lo meramente estadístico o cuantitativo y se proyecta también sobre los valores básicos de una democracia que pretenda fundarse en bases de equidad y participación.

Tal como advierte Germán Rey, el “observar” no busca una visión perfecta sino mas bien, reconociendo las contingencias del ver, afirma que se necesitan diversas miradas para modular y comprender los prismas sociales. Los observatorios son, entonces, “experiencias que reconocen su visión parcial, pero sobre todo que se abren a confrontarse con otras miradas, interactúan con otras observaciones que a su vez, provienen de diferentes “lugares” dentro de la sociedad. Despojados de miradas cerradas, los observatorios existen por el juego de las perspectivas. No se trata de una relativización de la mirada sino de la exigencia de complementariedad. Pero ¿cómo garantizar efectivamente la participación de diferentes sectores sociales y la apropiación por parte de los ciudadanos de sus análisis de la información proporcionada por los medios? ¿Cómo lograr la integración entre el ver/observar, la acción y las transformaciones? ¿Cómo lograr la sostenibilidad, temporal y organizativa, frente a lo simplemente episódico o coyuntural?”

Ante estos y otros interrogantes, ya no son suficientes las respuestas de economistas o expertos en estadística, sino que se hace necesario un trabajo de análisis interdisciplinario del que no deberían estar ausentes profesionales de la información y la comunicación, sociólogos, gestores culturales, además de los agentes y personalidades más representativos de la propia comunidad.
En resumen todo esto hace a un tema fundamental para la democracia y el desarrollo de la cultura y la comunicación en cada país. Pero también alerta sobre la necesidad de un manejo pluralista e interdisciplinario de la observación y los estudios, con el fin de que la misma no quede subordinada a intereses sectorizados, públicos o privados, sino que apunte a posibilitar una creciente participación de la comunidad en su desarrollo.

Cualquier sistema de observación o de información en este campo no se limita a monitorear el desenvolvimiento de los grandes conglomerados o del sector privado, sino también la labor de cada gobierno nacional y/o provincial en materia de políticas y acciones –o la ausencia de ellas- en los campos de la cultura y los medios de comunicación. En ese sentido tampoco la mayor parte de las políticas públicas en dichos campos ha sido paradigma alguno de lo que el Estado, por la representación que le ha otorgado democráticamente la comunidad, debe hacer en áreas estratégicas para el desarrollo nacional, como son las de la información, la comunicación y la cultura. La observación crítica –no la imposición o la censura- de los contenidos que propalan los medios, incumbe así no sólo a lo que propalan las grandes empresas, sino también a la labor de aquellos que manejan los funcionarios de turno.

Precisamente la última gestión del organismo competente en materia de regulación de la radiodifusión del Estado, no ha estimulado políticas orientadas a un análisis real de los contenidos producidos en los sistemas de comunicación y de información, sean públicos o privados. Muchas de las medidas gubernamentales, se dispusieron casi espasmódicamente y no pasaron de algunos amagues mediáticos, sostenidos más en alguna coyuntural disputa política o económica que en una real preocupación de encuadrar a los medios de dichas empresas –y también a los propios- en la función de un verdadero servicio público, que es el lugar que legítimamente les corresponde. También con igual liviandad fue tratado un tema de singular relevancia como fue la prórroga de las licencias del espectro radioeléctrico –que es propiedad de toda la Nación y no de un determinado gobierno o grupo de empresas privadas- sin llamado a licitación y sin evaluar el cumplimiento o no de las obligaciones establecidas en los pliegos licitatorios al momento de su concesión, a los grupos concentrados que ya venían haciendo uso de ellas.

Ello explica el fracaso de las sucesivas convocatorias a una nueva ley de radiodifusión, los alrededor de 70 proyectos cajoneados en el Congreso Nacional, las más de 200 enmiendas por decretos de “necesidad y urgencia” del Poder Ejecutivo de los ´90 al decreto-ley 22.285 de la última dictadura militar que, obsoleto, y lleno de parches y remiendos, sigue teniendo aún –al menos teóricamente- una bochornosa vigencia. La más que elocuente ausencia de debate público sobre todas estas decisiones y omisiones, es otra de las características de las erráticas políticas públicas sobre los medios de comunicación que se han seguido en estos años de democracia y que contaron con un sospechoso silencio por parte de distintos actores sociales.

Ahora, también, los gestores y principales beneficiarios de aquellas pretenden llamar a silencio -a manera de verdadero lumpenaje mediático- el tema de la creación de un Observatorio de Medios, distorsionando la información sobre el sentido del mismo, a la vez que enfrentan de nuevo la anunciada sanción de una nueva ley de Radiodifusión. Una ley que, por otra parte, requiere de un debate serio y democrático entre los sectores más representativos de la comunidad. Debate participatorio que vaya más allá de las habituales “mesas chicas” a las que suelen concurrir solo algunos funcionarios y empresarios y que se proyecte con un sentido participativo y federal en otros espacios –organizaciones sociales, académicos, usuarios, etc.- tanto de la Capital como del interior del país.

El problema principal reside en la existencia –o ausencia- de una clara conciencia por parte de los decisores políticos y sociales, sobre la importancia que los medios de comunicación social y el conjunto de las industrias culturales poseen en la actualidad, por cuanto además de su creciente potencial económico y de dinamización del empleo, constituyen los principales vectores de la formación (o de-formación), la información (o des-información), la educación (o des-educación) y el desarrollo (o la involución) cultural de los argentinos.

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