29 de marzo de 2007

La deuda interna de la democracia con la cultura


por León Repetur

Veintitrés años han pasado de aquél ‘83 lleno de esperanzas. El retorno de la democracia presagiaba un cambio profundo en las políticas culturales que habíamos soportado durante la dictadura. Muchas cosas se modificaron, se despertó el gigante dormido: las calles se llenaron de espectáculos, se retomó un camino de movilización, activismo y discursos llenos de alabanzas a la cultura y a sus protagonistas.
Pero al poco tiempo, cuando se agotó el entusiasmo y el voluntarismo, apareció la gran carencia en las políticas culturales.

En estos 23 años y sólo para enumerar:
• No logramos una Ley de Radiodifusión de la Democracia
• No disponemos de ningún sistema de información ni de datos culturales confiables
• No sabemos quiénes somos, cuánto aportamos al PBI, ni qué hacemos
• No disponemos de una institucionalidad cultural, ni en la Nación ni en Mendoza, acorde con los tiempos: democrática, participativa, y menos federal
• Sí seguimos concentrando el 70 por ciento del presupuesto público de cultura en los 50 kms. alrededor de la Casa Rosada.

Este último sí , es el más preocupante. Sumados los presupuestos de Cultura de la Nación, con el presupuesto de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires y el de Cultura de la Provincia de Buenos Aires nos encontramos que el 70 por ciento o más del gasto publico en Cultura se concentra en ese espacio. Mayor inequidad, imposible.
Si además le sumamos los fondos del INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales), del INT (Instituto Nacional del Teatro) y del Fondo Nacional de las Artes, que también se vuelcan en su mayoría en esos influyentes 50 kms., el panorama es por demás desalentador.

Por el lado de las provincias las cosas no están mejor. El ejemplo concentrador en torno a las capitales se repite en cada distrito. Y las áreas culturales municipales, dejadas de lado por el poder central nacional y provincial, han ido achicando sus presupuestos y sus propuestas, sus planteles y su intervención.
Consecuencias: espacios vacíos de infraestructura y de actividades en el 90 por ciento del territorio; ausencia de capacitación de los agentes del sector; uso emblemático de la cultura por parte del poder político y crecimiento de la pobreza como única expresión del cambio social y cultural en estos años de democracia.

Pizza, birra y faso

Este cuadro nos plantea una grave crisis cultural. Nos remite a una tesis que compartimos, del chileno Patricio Rivas, presentada en uno de los Cabildos Abiertos de la Cultura en el 2002 en Viña del Mar: “La crisis civilizatoria actual es una crisis cultural al interior de la cual se mueve la política y la economía con diversos grados de autonomía. Es una crisis cultural porque lo que está en el centro del proceso son las condiciones psicosociales de la existencia, es el sentido mismo de la humanidad como proyecto colectivo y compartido. Recordemos que la UNESCO entiende por cultura a las formas de vivir juntos, las maneras en que se organiza la convivencia entre las personas (PNUD, citado en 2002) y es esencialmente esto lo que se está reconvirtiendo, sin que termine de consolidarse aún una orientación y una mirada compartida”

De más está aclarar que las señales de esta crisis: incremento de la pobreza, inseguridad creciente y violencia, marginalidad, parálisis de la investigación pura y aplicada, desaceleración tecnológica, asimetría creciente en la distribución de los ingresos, y otras realidades que sí se detectan en los informes estadísticos especializados, tanto nacionales como internacionales.

Iluminados por el fuego

Esa crisis cultural se refleja profundamente en las actividades relacionadas con la concepción acotada de cultura que abarca los sectores de la producción artística y comunicacional. A la pérdida de bandera de las editoriales y de la exhibición y distribución cinematográfica; al cierre progresivo de salas de teatro y de usos múltiples en casi todas las ciudades del país; a la desaparición de las librerías barriales; al desmantelamiento progresivo de centros culturales y sociales comunitarios, se deberán sumar las consecuencias del empobrecimiento masivo, que genera pérdida de salud psicofísica de la población y por ende su participación y protagonismo en la creación y circulación simbólica.
A la mayoría de los argentinos les queda la sola opción de ser espectadores en la interminable sucesión de festivales de música popular (folklórica, rockera y bailantera) devenidos en expresión máxima de política cultural de muchos espacios oficiales de la cultura.

Se completa así un ciclo que ha ido desalojando del protagonismo cultural a las mayorías nacionales y los ha convertido en los reservistas derrotados en la batalla que ganaron las majors y los grandes consorcios culturales y comunicacionales que supimos dejar transformar en fuerza monopólica.
Y lo que hace más doloroso este cuadro de situación, es que durante todos estos años, los ciudadanos hemos aportado a los recursos públicos (pocos o muchos, lo mismo da, porque no hay datos claros) que se destinan al gasto cultural en los organismos nacionales (Cultura, Cancillería, INCAA; INT, FNA) provinciales y municipales.
La pregunta que nos hacemos en esta instancia y frente a este cuadro es: ¿qué se hizo con ese dinero; en qué se usó; quiénes y porqué tomaron las decisiones; qué cuentas han rendido a la ciudadanía de los resultados de esas decisiones y qué piensan hacer de aquí en adelante?

Il Gatopardo

Y estas preguntas son pertinentes, porque si algo ha caracterizado a las sucesivas gestiones culturales democráticas, es que, casi ninguna gestión ha propuesto un plan, con metas claras, indicadores, monitoreos, prioridades, etc, que permitan evaluarlos. En definitiva, podemos decir que hasta el momento ha imperado un miserable pragmatismo sintetizado en el viejo “se hace lo que se puede”

“Así, la política cultural, en vez de resultar un proceso informado derivado de las demandas de los ciudadanos a través de sus elecciones en el marco de la democracia representativa, y que trata de racionalizar las relaciones entre fines y medios en entornos de eficacia, eficiencia y equidad (como ocurre en otros ámbitos de la acción pública) se convierte de la mano de los agentes culturales enrolados en la gestión, en otro proceso creativo ocurrencial y que la mayor parte de las veces responde a las querencias, fobias y filias de estos agentes y que considera a los ciudadanos, usuarios o no, en un incordio prescindible.”
Pau Rausell Köster – Por un nuevo contrato cívico en política cultural.

El Padrino

Si algo ha caracterizado a las gestiones es el poco interés por evaluar sus políticas, la fascinación por el espectáculo, la no-participación y la inexistencia del debate ciudadano en la priorización de proyectos. Y también el permanente uso del recurso a personajes providenciales para la orientación y gestión de las políticas. Recordar algunos de los nombres que ocuparon el máximo cargo en la cultura dela Argentina y en Mendoza es parte de otro capítulo a desarrollar.

La recurrencia permanente a personajes considerados salvadores o expresión máxima de la cultura de los argentinos, por lo que hemos heredado, parece no haber sido acertada. ¿Se habrá pensado que con unos títulos académicos abajo del brazo o con la autoría de algunos libros de investigación o de ficción era suficiente para conducir una gestión seria y moderna en el complejo campo de la cultura? ¿ O que amar la programación de un teatro y la buena música es suficiente para llevar adelante la consolidación de los valores simbólicos y morales de una sociedad? ¿ O qué haber sido actor, o escritor, o músico, o intelectual, habilita automáticamente para gestionar la complejidad fascinante de las relaciones de convivencia y de expresión de una comunidad?

La tarea parece estar requiriendo otro tipo de perfil, diferente al elegido en estos años de democracia. Gente comprometida, con conocimientos de gestión en el sector, con suficiente empatía con la gente común y corriente, con respeto por la cotidianiedad de las mayorías, con poder político para definir prioridades y no dejarse llevar por las corporaciones artísticas , comunicacionales o políticas. Con capacidad para relacionarse con las necesidades y propuestas de la sociedad civil, verdadera portadora y generadora de la riqueza cultural de una Nación. No tenemos más remedio que empezar a detectar personas con menos “pedigree” y más capacidad profesional probada en la gestión de esta política pública, clave para el posicionamiento simbólico del territorio que habitamos.

Un lugar en el mundo

Para ir cerrando propongo algunos temas para el debate ciudadano y con el poder político.
En primer lugar es imprescindible un sistema de información cultural serio y continuo que nos aporte indicadores, estadísticas e información confiable. Que sirva tanto a los productores, inversores, hacedores, como a la ciudadanía, para evaluar y controlar el uso de los recursos materiales y humanos afectados.
En segundo lugar aportar desde las políticas culturales a la vertebración de una sociedad más equitativa, pensando en la generación de empleo, democratización del conocimiento y la tecnología, consolidando las industrias culturales y los emprendimiento socioculturales, con fuerte protagonismo de las provincias y los municipios.
En tercer lugar, la dilapidación de recursos y esfuerzos que hemos sufrido en estos años deben terminar. La tarea no pasa, como ingenuamente se propagandiza en la web de cultura de Mendoza por el uso de $ 850.000 en fondos concursables para proyectos culturales con impacto social. Los shows artísticos que se hacen periódicamente de la mano de los “gestores oficiales” cuestan más caros y ahí nadie concursa. Más contrasentido imposible.

Una política cultural en serio pasa por permear cada espacio del Estado y de la sociedad civil, en la totalidad del territorio, con un discurso y un plan, que priorice el debate nacional y convoque a los agentes interesados en la articulación de nuestros valores simbólicos en condiciones de eficiencia, equidad y eficacia.
Sin protagonismo de los municipios y de las Provincias, sin claridad de objetivos y metas, sin compromiso por la transparencia y la información, las políticas culturales oficiales, seguirán naufragando en la banalidad. En ese caso, sería mejor que no existieran y que la sociedad civil siguiera sola, sosteniendo su empecinada tarea de consolidar esa Novia del Porvenir que es la Patria, como decía Leopoldo Marechal.

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