4 de octubre de 2008

Carta a Martín Redrado


Sr Presidente del BCRA - Lic. Martín Redrado BCRA
Rte.: Mario Cafiero - Ricardo Monner Sans


Asunto: emisión de información mendaz y engañosa referida a la solvencia y liquidez del BCRA, y el pago al Club de París.

De mi consideración:

Nos dirigimos a Ud. y por su intermedio a los restantes directores del BCRA en el convencimiento que Ud. está difundiendo información engañosa referida a la solidez y solvencia de esa institución. Queremos advertirle también que esta conducta -mendaz y disvaliosa- merecería de una urgente investigación judicial, de no mediar de inmediato una debida corrección.

Nos referimos concretamente a las afirmaciones vertidas por Ud. el 26/09/08, que fueran amplificadas por los medios de comunicación, cuyo texto está disponible en la página web del BCRA. En ellas Ud. aseguró que “los actuales niveles de liquidez, de alrededor de 40% de los depósitos, son históricamente elevados. Este ratio es robusto comparado, por ejemplo, con los niveles mantenidos durante el período 1991-2001 (23,4% en promedio y un máximo de 29,2%). De esta manera pretende mostrar una fortaleza y solvencia por parte del Banco Central, que lamentablemente está muy lejos de la realidad.

En efecto, una simple observación de la información brindada por esa institución en la referida página web –“Panorama monetario y financiero (serie mensual)”- pone en evidencia que esos guarismos históricamente pueden ser correctos, pero no se compadecen para nada con los que se registran actualmente. La relación de la liquidez con los depósitos totales de “alrededor de 40 %” como Ud. manifiesta, fue alcanzada en Abril pasado, previo al conflicto con el campo. Pero en Julio bajó a un 35 %; y habría descendido en Agosto a un 27 % si el BCRA hubiese cumplido con el pago al Club de París ordenado por el PEN. Al respecto cabe apuntar que en Octubre del 2001, en vísperas del derrumbe de la convertibilidad e instalación del corralito, ese indicador fue del 33 %.

Empero el reproche que efectuamos a Ud. es tanto respecto las cantidades informadas, como la calidad de la información brindada. Sabe Ud. muy bien que referirse solamente a los depósitos, sin tener en cuenta el dinero en manos del público, es técnicamente incorrecto. Se trató evidentemente de usar un truco cosmético para aprovechar el fenómeno de la desbancarización de la sociedad argentina que se produjo como consecuencia del corralito. Es de su pleno conocimiento que luego de esa gran estafa, que tuvo como artífice indispensable a la institución que Ud. dirige; por la desconfianza que generó en el depositante argentino se redujo notablemente el multiplicador bancario o proporción de depósitos en relación a la moneda en manos del público. Este pasó de nueve veces en vísperas del “corralito”, a poco más de tres veces actualmente.

Si se considera el índice denominado “M3” (la suma de ambos conceptos) los indicadores en relación con la liquidez son aun más desfavorables. La relación en Julio fue de un 28 %. Y habría bajado en Agosto a un 21 % si se hubiese pagado al Club de París. Mientras que en vísperas de la caída de la convertibilidad en Octubre del 2001, ese indicador fue del 30 %. O sea que en todos los casos los indicadores actuales son peores a los previos al derrumbe de la convertibilidad.

La cuestión no acaba allí. Si en vez de los datos estadísticos se toman los datos contables que figuran en el Pasivo en los balances del BCRA (Títulos emitidos por BCRA, Obligaciones por Operaciones a Término, y Otros Pasivos) esos indicadores empeoran dramáticamente. La liquidez en relación a los depósitos bajó de un 31 % en Abril, a un 20 % en Julio. Y en Agosto habría llegado al 11 % si se hubiese efectuado el pago al Club de París. A su vez la liquidez en relación al M3 cayó del 25 % en Abril al 16 % en Julio. Y en Agosto se habría derrumbado a un 9 % si hubiese concretado el pago al FMI.

Sin embargo, lamentablemente, la cuestión tampoco acaba allí; dado que esos indicadores están elaborados en base a las Reservas Internacionales Brutas, no a las Reservas Internacionales Netas (entendiendo por Reservas Internacionales Netas a las Reservas Internacionales Brutas menos las deudas internacionales del BCRA). Si se tiene en cuenta estas, los números empeoran aun mas, acercándose a cero. Muy lejos de 40 % del que Ud. se jacta engañosamente ante el público. De tal manera los números dibujados por parte del BCRA, nada tienen que envidiarle a los mentirosos números del INDEC.

Sin entrar a analizar la calidad y consistencia de las inversiones realizadas con las Reservas Internacionales, que ofrecen graves dudas y reparos; ni a considerar que la mitad de ellas ha sido apalancada mediante una peligrosísima contracción de deuda interna a cortísimo plazo; es evidente que la existencia de “niveles de reserva históricamente altos” como Ud. afirma, es falso. Y es lamentable que Ud. repita el mismo sonsonete que se nos decía a los argentinos a principios del 2001, para encontrarnos al final de ese año sin un mísero peso o dólar en el bolsillo.

Mas allá de los tecnicismos, un análisis crítico y realista de los balances del BCRA nos indica que por mínimas razones prudenciales, máxime en las actuales circunstancias en que el mundo está azotado por un inusitado “tsunami financiero” internacional de imprevisibles consecuencias, el BCRA esta absolutamente imposibilitado de efectuar el pago cash al Club de Paris ordenado por el PEN.

También es verificable que el pago cash al FMI a principios del 2006, además de deteriorar seriamente los indicadores de liquidez y solvencia de esa institución, produjo efectos que impactaron fuertemente en la suba de la tasa de interés y por ende en la inflación. Igual que hoy, existían entonces caminos alternativos para evitar tanto el pago cash, como la supervisión del FMI; basados justamente en la corresponsabilidad del FMI en la absurda debacle argentina del último cuarto de siglo, cuestión que incluso tiene abierta una causa en la Justicia argentina. Muy otra sería la actual situación de nuestra economía y sociedad, si esos recursos o parte de ellos se hubiesen volcado reparatoriamente dentro de nuestro país, en vez de haberlos derramado inútilmente afuera.

En consecuencia, en nuestro carácter de ciudadanos argentinos profundamente interesados en la cosa pública, y tenedores -como millones de argentinos- de la moneda emitida por ese banco público:

-Apercibimos a Ud. para que cese en sus engaños a la opinión publica respecto la verdadera fortaleza y capacidad de pago de ese Banco Central. Conducta muy parecida a la que desplegó esa institución a lo largo del 2001, a la par que se perpetraba un feroz vaciamiento del sistema financiero argentino, en fraude a los ahorristas argentinos.

-Conminamos a Ud. y por su intermedio a los directores de ese banco, a cumplir acabadamente con su misión fundamental fijada en la Carta Orgánica de “preservar el valor de la moneda”, la que pese a estar muy mal distribuida, es un bien social y público indispensable en nuestra economía monetaria. Preservar es un verbo que va mucho más allá de guardar. Es poner a cubierto anticipadamente a nuestra moneda de algún daño o peligro probable o inminente, como los que se ciernen actualmente.

-En consecuencia lo instamos a oponerse al pago cash al Club de Paris ordenado ilegalmente por los decretos 1.394 y 1.472; al afectar dicho pago ruinosamente la sustentabilidad del BCRA; al no ser el Club de Paris un “organismo financiero internacional”; y al no mediar razones de “necesidad y urgencia” que justifiquen el dictado de esos decretos salteando olímpicamente al Congreso.

A luz del desmérito moral de esa deuda, ya que se trata sustancialmente de una deuda ilegítima proveniente de la sangrienta dictadura, que fuera rechazada por el Congreso; y a la luz de su falta de oportunidad, en el contexto de los acontecimientos financieros que están sacudiendo al mundo; ese pago de efectivizarse sería un acto de desadministración ruinoso, inexplicable, e inadmisible, digno de figurar en la “Historia de la estupidez humana” de Tabori, o en la “Historia universal de la infamia” de Borges.

Adjuntamos por pieza postal certificada la presentación efectuada ante la Comisión Bicameral Permanente de Trámite Legislativo Ley 26.122 respecto el DNU 1.472/08, que contiene un análisis referido al estado real de esa institución.

Por razones de fuerza mayor no ha podido acompañar con su firma esta CD Francisco Javier Llorens quién ha posibilitado esta información.

1 comentario:

el cuervo dijo...

En un mensaje anterior descubrí a algunas amigas blogeras una bella poesía de Haroldo Conti: "La balada del álamo Carolina". Más de una me escribió maravillada por tan hermosa prosa poética que desconocían, como desconocían al autor de la misma. Debo confesar que yo era tan bruto como ellas de la existencia del gran chacabuquense hasta que el conocimiento de Haroldo Conti me fue dado una tarde sabatina cuando escuchando por Radio Continental de la ciudad de Buenos Aires el programa del comentarista futbolero Alejandro Apo "Todo con Afecto", este leyó el cuento "Las doce a Bragado". Escucharlo, emocionarme e impactarme fue todo uno. Después abrevé en la historia de Conti, un enorme escritor pero también un hombre de su tiempo, con virtudes y defectos. Un hombre que vivió en una Argentina violenta, que se jugó por sus ideas marxistas (que respeto pero no comparto, yo soy luterano alfonsinista e hincha de San Lorenzo de Almagro) y terminó mal, al punto que hoy no se sabe que pasó con su muerte y su cuerpo despues de su muerte. Sigue desaparecido. Pero a mi me interesa el otro Haroldo Conti, el escritor magnífico que a punto de caer en una lluviosa, sucia, opresiva tarde de invierno en manos de sus perseguidores, se permite volar con sus recuerdos a su infancia pueblerina y a su héroe indiscutido de ese tiempo de inocencias, su tío Agustín. Dejo pues para todos, el goce de la lectura de
Las doce a Bragado
(A mi tío Agustín, por si algún día para de andar y alcanza a leerlo). H. Conti
Bien, ahora mismo, desde este invierno que empapa el pavimento y las paredes y las ropas y el alma, si tenemos, lo que sea, esa finita tristeza que se enrosca por dentro como una madreselva y en días así, justo, asoma sus floridas puntas por las orejas y la nariz y los ojos, en días así, digo, cierro los ojos y veo ese largo camino polvoriento del verano que se extiende hasta el horizonte como un río seco bajo el sol. Es el camino de tierra entre Chacabuco y Bragado, ese mismo semejante a una áspera corteza de árbol viejo con tantos y tantos surcos, el almacén de don Luis Stéfano en una esquina de acacias hasta el año 33 y después para siempre en la memoria, y la de Iglesias a la derecha, más adelante, ya por el camino de Sastre, después esa loma que trepa brevemente hacia el cielo y después el puente sobre el río Salado, que es el mismo límite entre los dos partidos, según dicen los carteles de chapa en una y otra punta, y uno imagina que hay en el aire una línea invisible y que el aire es sutilmente distinto a cada lado de esa línea. Y ahora, es lo que veo desde este húmedo y triste invierno, el tío Agustín aparece saliendo de la curva, un poco antes del almacén de Iglesias, a la altura del mojón de hierro fundido que casi tapan los pastos, del lado de Chacabuco todavía. Viene corriendo con sus largas piernas huesudas perseguido por una nubecita de polvo y un perro escuálido que ladra a sus zapatillas de badana. La gente del almacén lo aplaude hasta que trepa a la loma y se pierde tras ella, plaf, plaf, el tío Agustín, y el viejo Iglesias le grita a sus espaldas: "¡Dale, flaco!". Porque el tío es puro hueso, y una llama bien encendida que alumbra por debajo de su piel. Los ladridos del perro se sofocan detrás de la loma y el tío debe estar cruzando el puente. Hace seis horas que largó punteando desde la plaza San Martín, en Chacabuco, frente a la iglesia de San Isidro Labrador. Hoy es justamente la festividad de San Isidro, 15 de mayo, y se corre la Vuelta del Salado o La Fondo de las 12, es decir, La Carrera de Fondo de las 12 leguas a Bragado. El tío estuvo haciendo trote en la largada una hora antes de la partida. Tenía puesta una camiseta de frisa con el número 14 pintado en la espalda y unos pantaloncitos negros y las zapatillas de badana y cuando el viejo Pelice disparó la bomba de estruendo el tío pegó un tremendo salto y un grito y salió a los trancos, plaf, plaf, plaf, perseguido en la mañana neblinosa por una hilera de hombres semidesnudos, entre ellos el loco Garbarino que no pasaba del cementerio y se cansaba tanto de agitar los brazos y saludar hasta a los perros, dio una vuelta a la plaza y cuando comenzaba a encendérsele aquella blanca llama enfiló por la Avenida Alsina, pasó punteando frente al bar japonés y rumbeó serenamente hacia las quintas. El tío corre con la huesuda cabeza echada hacia atrás como un pájaro y a medida que entra en combustión sus trancos son más largos y más altos.La gente resbala como una mancha oscura por el costado de sus ojos y, después del hospital municipal, se corta, se disuelve y cuando no hay más gente y sólo queda por delante el camino pelado, el campo húmedo y la mañana olorosa, la llama le brota por los ojos y corre todavía más fuerte, más liviano. Los pasos de badana resuenan suavemente cuando golpean sobre las tablas del puente y cuando el tío se embala por la pendiente de la loma, al otro lado, ya en el partido de Bragado, la llama le brota a chorros a través de la piel, los ojos se le borran con tanto brillo y corre, corre locamente bebiendo el aire perfumado de la mañana, los campos verdes inundados de esa blanda luz de mayo, loco caballo desbocado, loco. En tres horas más, a ese paso, puede estar en Bragado, por lo menos en la laguna, pero un poco antes de Warnes, cuando ya asoman los palos del alumbrado entre los altos y oscuros árboles de la entrada, esto es antes de las vías del ferrocarril Sarmiento, tuerce el tío hacia la izquierda y se lanza sin cambiar la marcha por el estrecho camino que bordea el monte de eucaliptos del campo de Cirigliano cuyos negros árboles saltan desde hace un rato en el hueco encendido de sus ojos. El tío es ahora el tibio camino de tierra cruzado por frescas sombras que atraviesan sus largas piernas. Corre y corre saltando las sombras húmedas, blandos terrones de tierra, solo y alado, sobre este recuerdo, sobre puntos y líneas, sobre el raído invierno de mi tristeza, sobre años y tiempos, siempre volante, eterno, perenne corredor de las 12 a Bragado, el bravo tío Agustín empujando su intensa llama por aquel solitario camino recruzado por espantados cuises y liebres y pájaros que arrancan veloces un poco antes de sus pasos. Salta un alambrado y sigue la carrera a campo traviesa, llama y llama, fuego y fuego. Sólo una vez llegó hasta el Bragado porque el tano Cersósimo, esto es, el Gringo del Pito como se lo conocía por aquellos años, lo siguió con un sulky y cuando se quería desviar le cerraba el paso y lo golpeaba con el látigo y llegó con dos leguas de ventaja sobre el Chino Motta, nada menos, pero cuando la gente lo aclamaba ya y el intendente se paró en el palco con un banderín en la mano no lo pudieron atajar porque saltó sobre la meta con un grito profundo y siguió de carrera hacia 25 de Mayo, muy campeón, el grandes piernas de acero de mi tío, el formidable tío Agustín. Eso fue en el 32, que batió todos los récords, aunque a él no le importaba eso sino tan sólo correr y correr. Pero las otras veces torció a derecha o izquierda antes del Bragado, aturdido por el campo, y algunos lo vieron y avisaron que el tío iba a los saltos entre las doradas espigas o las oscuras hebras de pasto o las chalas que brillaban como vidrios y azotaban sus duras piernas, espantando liebres y pájaros y cuises, y un día o dos después lo hallaron dormido debajo del álamo carolina, ese que se levanta solitario detrás del campo de Cirigliano y que desde el camino real aparece todo un monte y que para el tío era su única meta reconocida y hasta ella corrió por premio o por mero gusto, acompañado o solo, el día de San Isidro o un día cualquiera mientras le duró, por muchos años, aquel berretín de caballo desbocado.Yo era pibe entonces y veía al tío, joven, como desde una enorme distancia, a través de nieblas y velos, porque yo estaba por ser, no tenía sombra ni casi historia, era tan sólo presente, pequeño, mero estar y ver y sentir a la sombra de los grandes, mi abuelo, ciego por terquedad que un día prometió rezar un millón de padrenuestros porque dijo que se le había aparecido Jesús, carpintero como él, mi padre, que entonces correteaba para el frigorífico La Blanca montado en un fragoroso Ford A o la tía Juana, por siempre joven, que tenía un cuarto para ella sola y una cama muy alta que olía a jazmín y una escupidera de loza que parecía una sopera y un novio que venía todas las tardes a las cinco y se marchaba apenas caían las sombras en el patio de baldosas con la parra de uva chinche y la bomba pie de molino y por supuesto el tío, tío Agustín, ese ansioso caballo de verano. A veces cuando pateo la calle cierro los ojos, y aun sin cerrarlos lo veo pasar entre la gente, al trote con su pantaloncito negro y la camisa de frisa y el número 14 en la espalda, que siempre me falló en la quiniela, lo veo, por ejemplo, trotar a las zancadas por el medio de Corrientes o trasponer de un salto Alem, en dirección al puerto.Yo me suspendo y pienso, casi grito, ¡Ahí va mi tío, hijos de puta! ¡Miren qué lindo loco! Pasa como entonces con la terca y dura mirada clavada en el horizonte, con las narices anchas de viento, cavando el aire con sus largas, muy largas piernas. Después crecí, eché sombra como un árbol y hasta yo mismo participé en La Fondo de las 12 a Bragado, pero no pasé del cementerio. Cuando doblé por el hospital y vi a lo lejos los altos humos de los hornos de ladrillo, algo que, supongo, trastornaba al tío, el cual quería darle alcance a cuanto se ponía al fondo del camino, las sienes me empezaron a temblar y me dolían las encías como si fuese a echar un puñado de dientes. Al llegar al cementerio rodé con un grito entre polvo, sudores y piernas que pasaron zumbando al lado de mi cabeza.El tío, por ese entonces, trabajaba en la carpintería del abuelo, sobre el pasaje Intendente Beltrán, frente a la plaza Gral. Necochea o la Plaza del Mercado donde está hoy la estación de colectivos. Ahora cierro los ojos y me veo en la penumbra del taller con paredes de ladrillo a la vista y un espeso olor a polvo, sillas y elásticos que cuelgan de las vigas y al fondo la mesa de carpintero en la que trabajaba el tío. A veces no recuerdo al tío sino que mi pensamiento se sujeta de un objeto cualquiera y ese objeto cubre casi todo mi día. Hoy, por ejemplo, mientras cruzaba hasta el bar Falucho aguantando el viento que barría la Avenida Santa Fe, me acordé de buenas a primeras de aquella sierra de ingletes o de falsa escuadra que había en una punta de la mesa. El día crece lentamente alrededor de ese objeto, lo rodea como la pulpa de un fruto y el día en todo caso vale nada más que por eso. Aquella sierra que había sido construida en Inglaterra en 1895, que en consecuencia había atravesado el mar embalada cuidadosamente en un cajón de pinotea, me atraía misteriosamente. Era una sierra montada sobre un bastidor, con una empuñadura negra como la de una ametralladora y servía para cortar marcos, escuadras, ángulos, encastres y demás cortes de precisión. La veo ahora mismo en el aire, negra y pulida y, por fuerza, al rato veo en la punta de la empuñadura al tío Agustín. Él se movía silenciosamente de un lado a otro del taller aporreando maderas, reparando vencidos elásticos de cama o reemplazándolos por otros nuevos que estiraba para encajarlos en el armazón en una prensa, especie de potro que giraba con bruscos chirridos metálicos. El tío era de una silenciosa precisión en todo. Yo me maravillaba de que hombre tan silencioso y preciso en sus movimientos produjese a ratos tanto ruido de una vez. Por ejemplo cuando se calzaba un pañuelo negro delante de su aguda nariz y echaba a andar aquella cardadora mecánica que era el supremo orgullo de la mueblería y carpintería El Mercurio. El tío metía la lana apelmazada por un lado y ya mismo salía por el otro en blandos copos que caían lentamente dentro de un corralito de alambre de gallinero. La máquina rechinaba en la punta de las manos del tío. Por aquel tiempo había dejado de correr hasta el álamo carolina, pero después del trabajo emprendía largas caminatas hasta el zanjón o el cementerio o el Prado Español o la quinta de Pastore, o la estación del Pacífico, donde esperaba ver pasar al "Cuyano" que hendía la noche como un carbón encendido aventando sombreros y papeles. Los años lo habían enflaquecido aún más y un día que lo sorprendí inclinado sobre la fabulosa sierra de ingletes le vi brillar las blancas sienes y el emplumado mechón de pelos encanecidos que le caía sobre la frente. Y esa vez sentí verdadero amor por el tío, aquel ansioso caballo del verano que ahora descendía a la carrera la larga cuesta de sus días.Yo, en cambio, trepaba los míos. Esos días me llevaron lejos del pueblo y cuando volví, algún verano después, y entré en el taller penumbroso, el tío levantó la cara por encima de la sierra y me observó con una mansa sonrisa por arriba del armazón de metal de unos lentes. La luz de la tarde penetraba por una claraboya y el tío flotaba, blando y casi transparente, en aquella luz polvorienta. Me preguntó qué tal estaba la ruta 7. Por lo que recuerdo, fue la primera vez que habló conmigo demostrando cierto interés sobre algo concreto. Señal que yo había crecido realmente y ahora era un hombre, al menos para él, que la medida de mi tiempo. Siempre preguntaba sobre caminos. La ruta 7 terminaba de ser reparada entre San Andrés de Giles y Carmen de Areco. Eso lo alegró al tío. Ese mismo año había ido a pie hasta Luján portando el estandarte de la Congregación de San Luis Gonzaga. Me explicó que era cuestión de echarse a andar y no cambiar el paso, vendarse los pies y calzar botines bien armados. Volvió con el Expreso Rojas y recién entonces notó que la ruta estaba levantada en algunos tramos. Fue toda una conversación. Por él me enteré de que el camino entre Chacabuco y Bragado seguía siendo de tierra, pero que ahora le habían puesto la electrificación rural y era probable que en un par de años le echaran encima cemento. Ya no va a ser lo mismo, dijo el tío con tristeza.Seguía haciendo sus largas caminatas, pero ahora se extraviaba cada dos por tres. Una vez lo trajo un vigilante que lo encontró perdido por el Agua Corriente, y otra el viejo Punta que lo cruzó en el camino a Salto, por el almacén de Cattaneo, y él le preguntó dónde quedaba el Tiro Federal y el viejo entendió el Estadio Municipal y como de todas maneras ambos quedaban para el otro lado, lo subió a la jardinera y lo trajo hasta la mueblería.Un día el tío, esto lo supe dos veranos después, ya hombre entero y él más viejo y más flaco, y el camino a Bragado todavía sin asfaltar, fue hasta la farmacia de Marino, al otro lado de la plaza, pero cuando llegó a la Avenida Alsina, que fue asfaltada en el 32, bajo la intendencia de don Esteban Cernuda, la encontró de tierra, como cuando era chico y después mozo y corría ya en la Vuelta del Salado. Los charrés y los sulkys iban y venían por la avenida de tierra y algunos jinetes trotaban entre espumosas nubes de tierra. El tío, flaco y encorvado, vio con algo de sorpresa cómo avanzaba por el medio de la calle un landó descapotado como los de la cochería Grossi Hermanos con la señorita Lombardi en su interior. El coche se detuvo justo enfrente del tío y la señorita Lombardi asomó su cabeza cubierta con una capelina de raso y apuntándole con su sombrilla de seda estampada le preguntó por la abuela Adela que había muerto, si mal no recordaba, seis años atrás. Él se quitó el sombrero, sonrió complacido a la tan señorita y se inclinó hasta que la sombra del carruaje desapareció de su vista. Naturalmente, no cruzó la avenida ni fue hasta la farmacia de Marino porque en aquel tiempo la farmacia no existía todavía. Volvió al taller y el resto del día, hasta que vino la luz de la tarde, se sentó en un rincón, detrás de la mesa de carpintero, entre cajas de herramientas y rollos de elásticos y tablones de pino que olían a resina y pensó en la muy dulce señorita Lombardi que para él, el tiempo le daba la razón, no iba a envejecer nunca. Quizá dentro de unos pocos días, pensó, si se entrenaba un poco, podía volver a correr en La Fondo de las 12 a Bragado.Ya no quedaban campeones y en el tiempo que tardaba ahora cualquier buen fondista de la zona él podía llegar a Bragado saltando sobre un pie. Cuando entró aquel melancólico rayo de luz por la alta claraboya, el tío echó a andar hasta el Prado Español.Días después, al cruzar la plaza, le dio un salto el corazón. Debajo de la pérgola que había sido echada abajo en tiempos de Fresco vio y hasta escuchó a la banda del maestro Marsiletti. La banda tocaba aquel número de fuerza que le hacía temblar las piernas al tío, Tremi gli insani del mio furore, Nabucco, Acto I, y que el maestro Marsiletti tarareaba y por momentos aullaba tratando de imitar a Titta Ruffo. No sólo estaba aquella pérgola, que semejaba una jaula florida, sino que hacia el lado del Palacio Municipal vio brillar entre los oscuros árboles al lago artificial que mandó rellenar el intendente Barcán y en el que el loco Garbarino se zambulló un 25 de mayo. La banda, con el maestro Marsiletti que blandía la batuta y un Avanti que sacudía en la boca al compás de la música, parecía flotar en el aire de la pérgola debajo de una luz amarilla como la que penetraba en la claraboya del taller. Después de Nabucco, tocaron Alegría de la hoguera, una polca-mazurca de Strauss con la cual el maestro Marsiletti parecía remontar un vuelo y la plaza comenzó a poblarse de muchachas y muchachos que en dos hileras giraban por el centro, alrededor de la estatua de San Martín, que de golpe había reemplazado a la pérgola y que en aquel tiempo era pedestre, no ecuestre, según se acostumbra, por razones de economía, pues la partida que votó el Concejo Deliberante no alcanzó para el caballo, lo cual terminó por convertirse en una curiosidad y hasta en una atracción hasta que en tiempo del gobernador Aloé, que era de Chacabuco, le pusieron el caballo y es así como cabalga ahora en el alto cielo de mi pueblo entre las espléndidas copas de los árboles, en dirección a la confitería San Martín, hacia la que apunta un dedo.En eso el tío vio pasar al Cholo Barrios que, según tenía entendido, porque estuvo en el velatorio, se voló la cabeza mientras probaba una escopeta de un caño, calibre 20, vio al Cholo con sus bigotazos renegridos, rancho, polainas blancas y un bastoncito con el pomo de plata que lo saludó con el brazo en alto, muy en su contexto, lustroso caballero el Cholo, gran amigo de violentas farras y fuerte apostador en las cuadreras y reñideros, propietario de un gallo "Ají Seco", apodado Racoto, de origen peruano, que batió a todos los gallos de combate del 36 al 45.Otra vez el tío iba para el Círculo Obrero donde estaba cambiando el esterillado de las sillas y no pudo seguir de la Avenida Alsina, pues se tropezó con la procesión de Nuestra Señora del Carmen, con el padre Doglia debajo del palio y los tanos Minervino y Visiconti tocando la gaita a la cabeza, todos muy de solemnis sobre la calle de tierra mientras las campanas de la iglesia batían a fiesta bien pulsadas por el viejo Santiago, gordas palomas de bronce por el aire limpio de la mañana.El último verano que estuve en el pueblo, este que pasó, fui hasta la vieja casa del abuelo y, como siempre, después de los saludos y los mates penetré en el empolvado taller del fondo. Tardé un rato en acostumbrarme a la penumbra, cegado como entré por el sol del patio, y en aquella momentánea ceguera sentí el tibio olor a maderas y a cola de carpintero y oí el escamoso crujir de las chapas del techo recalentadas por el sol. Cuando mis ojos se fueron acostumbrando a aquel velado y quieto paisaje de objetos sepultados por el polvo descubrí cada cosa en su exacto lugar, como si el tiempo no se hubiese movido y yo tornara de golpe a mi infancia. Allí estaba la tremenda cardadora a motor, la carcomida mesa de carpintero y sobre ella, en un extremo, mi querida sierra de ingletes que apuntaba hacia la puerta. En la prensa había un elástico a medio tender. Aquella suave pero insistente permanencia de las cosas, luego de tantos años y tantos cambios y tanto y tanto, recuperó por un momento ese firme presente de mi infancia, sin sombras ni pesos, errante edad de mi pueblo. De repente sentí un leve raspón junto al tablero de las herramientas y achicando los ojos vi emerger por detrás de la mesa la blanca cabeza del tío que estaba sentado en un banquito. Parecía un viejo pájaro, uno de esos viejos cóndores que con las raídas alas abiertas toman el sol en la jaula del Zoológico. El tío se caló los anteojos que extrajo lentamente de su estuche a presión y me observó en silencio con sus ojos lagañosos, como de vidrio mellado. "¿De quién sos?", preguntó al cabo de un rato con una voz finita. Quería decir de quién era hijo yo, que es lo que se pregunta o como se pregunta a un muchacho cualquiera de los pueblos. Yo dije "El hijo de Pedro Isidro". Él cabeceó y repitió para sí, sin reconocerme, posiblemente sin reconocer siquiera aquel nombre: "Pedro Isidro...". Pedro Isidro es mi padre, su hermano. Se levantó y caminó hasta mí, encorvado. Me echó una afilada mano encima del hombro y preguntó esta vez: "¿De dónde venís, muchacho...?". No preguntó qué tal estaba la ruta 7, ni tampoco supe si por fin habían asfaltado el fabuloso camino a Bragado.Luego supe por la tía Teresa que en esos días se había encontrado en la esquina de la tienda Ciudad de Messina con Pepe Provenzano, que pateaba como siempre la calle vendiendo billetes de lotería y con Pancho Tonelli, ambos bien finados, lo mismo que la tienda, que cerró allá por el 58. Después, cuando trató de volver a la casa no dio con la calle y aunque pasó por enfrente de la puerta, al recorrer el pueblo por tercera vez, no acertó a reconocerla. Por suerte se tropezó en la esquina del Almacén Inglés con el gordo De Nigris, otro muertito, que lo condujo, siempre tan gentil caballero, hasta aquella salteada puerta y se lo devolvió a la tía cuando ya oscurecía.Para Reyes vino la hija de Buenos Aires y el tío se calzó los anteojos y le preguntó de quién era. A partir de ahí empezó a equivocar las puertas y los cuartos y a veces charlaba en los rincones del patio con personajes invisibles. No mucho después, como lo pronosticó la madre Benedicta, ni siquiera reconoció a la tía a la que confundió una vez con Martita Romero, su primer filo, y otra con Filomena Perrone, que fue reina del carnaval del Club Porteño, en el año 38.Acabo de volver del pueblo y por eso pienso tan fuerte en el tío en esta podrida noche de invierno mientras bebo un semillón en el bar Falucho, en Fitz Roy y Luis María Campos. Cuando fui a ver al tío lo encontré acostado en el medio de esa buena cama inglesa con cabezales de bronce y remaches de cobre y elástico de flejes que perteneció a la familia Mediavilla y compró en un remate de Warnes. Tenía puesto un camisón de frisa y un gorrito de lana y de tan flaquito y huesudo se perdía sobre la pila de almohadas. Hace meses que no sale de ahí. Fuera de los límites de esa cama no reconoce nada en el mundo. A eso se ha reducido el suyo, a aquella buena cama inglesa de bronce bien lustrado. Sin embargo, no la pasa tan mal. Siempre tiene algún muertito con el que charlar y por detrás de la barras de bronce ve cosas de hermosa extravagancia, como el corso del año 23 o el Circo Sarrasani, e incluso el día en que el loco Garbarino ganó de tarro La Fondo de las 12 a Bragado.

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