1 de junio de 2008

Exclusión social, xenofobia y racismo


Por Sergio Crescini

La historia de la humanidad ha estado signada por los enfrentamientos raciales. Desde los tiempos de Sumer y el antiguo Egipto hasta nuestros días, tanto las cuestiones religiosas como étnicas han sido motivos para ver en el prójimo al “otro”, al que por ser distinto merece la muerte.

El motivo esencial de aborrecer al diferente está sentado sobre las bases de todo aquello que pone en peligro la propia estabilidad, tanto económica como cultural. Es el miedo a perderme como ser, a perderme en el “otro”.

El odio y la violencia se convierten así en herramientas de autoafirmación. Herramientas que, sin duda, construyen ese mirar desde lo diferente que argumenta el odio y justifica el homicidio brutal.

La lógica de la eficiencia —esa remanida palabreja, acuñada en los noventa para definir neologisticamente la sobreadaptación a los requerimientos del gran capital— determinó que sociedades enteras fuesen desechadas como “inviables” y sus habitantes condenados a la emigración, la pérdida de su identidad cultural o la muerte.

Hoy esa exclusión está reglamentada por las corporaciones financieras que determinan, según sus parámetros, quienes tendrán acceso al desarrollo —limitado y regulado, por supuesto— y quienes están condenados al abandono.-

El pasado 19 de mayo, las principales agencias de noticia informaban: “Al menos 22 personas murieron en los últimos días en los alrededores de Johannesburgo, a causa de ataques contra inmigrantes de países vecinos, informaron fuentes policiales”.

Este escenario, el de Johannesburgo, se repite en cada lugar donde la determinación del capital decide sobre la díada centro - periferia, o viabilidad - inviabilidad. La imposibilidad de regiones enteras de decidir sobre su propio desarrollo detona el exilio en busca de horizontes de sobrevivencia. Pero los éxodos no tienen por destino la Tierra Prometida sino la lucha por las oportunidades de trabajo y supervivencia, a la que los "locales" responden invariablemente con el discurso feroz del odio xenofóbico. Esto es lo que está ocurriendo en el "continente negro".

También nosotros

Sin la virulencia y el despliegue de crímenes que azotan al Africa en estos días, en América Latina el racismo es también un ejercicio corriente. Uno de estos escenarios lo presenta Bolivia, donde el gobierno de Evo Morales —el primer presidente aborígen en la historia de Sudamérica— sufre a diario la disputa de los sectores que se han privilegiado del antiguo sistema de méritos sociales.

Dirigentes indígenas de la Confederación de Pueblos Étnicos de Santa Cruz (CPESC), dieron a conocer días atrás su protesta por los actos vandálicos protagonizados por los dirigentes cívicos provinciales de Santa Cruz contra dichas organizaciones en ocasión del cabildo autonómico.

En nuestro país, el fenómeno se ha expresado —en distintos momentos históricos— contra los propios nativos del país y sus tan particulares como legítimas formas de organización política y militar. Buenos Aires hizo sentir su desprecio tanto por los “gauchos” de las montoneras federales, como por los “chinos” del roquismo, la “chusma” del yrigoyenismo o los “cabecitas negras” del peronismo.

Fueron apelativos que, en las sucesivas etapas, usaron los sectores privilegiados contra aquellos que se encontraban, de alguna manera, en la periferia. Allí también se expresaron formas de exclusión violenta.

No han cambiado demasiado las cosas. En estos días es frecuente escuchar expresiones despectivas hacia los hombres y mujeres de la Patria Grande que llegan a nuestro medio en busca de mejores oportunidades. Son los “paraguas” o los “bolitas”; formas de exclusión xenofóbica y racista inervadas en el lenguaje popular que demuestran, a las claras, que la batalla por la identidad nacional latinoamericana debe darse en el plano de la cultura.

Porque las limitaciones materiales para generar un proyecto conjunto, por parte de los estados de la región, ha puesto en crisis la construcción cultural de la Nación. Tal incompletud histórica de la Patria Latinoamericana se expresa mediante diferencias que, en lo cotidiano, se expresan mediante el lenguaje de la violencia.

Nos referimos al discurso desde donde se asimila la concepción de seguridad como “estado policial” de carácter represivo, inaugurando así nuevas modalidades de xenofobia. Mientras, se agudizan las divisiones hacia el interior social; crecen los countries medievales —donde se recluyen los ganadores del sistema— y se consolidan los suburbios periféricos.

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