
Por Cynthia V. Lana
Fue por demás notoria, durante las pasadas vacaciones de invierno, la presencia de carteleras, en las calles de nuestra ciudad, y avisos televisivos promocionando la oferta teatral de los espectáculos que, oriundos en su gran mayoría de la capital del país y no siempre de reconocida calidad artística, aterrizaron en Mendoza.
También contamos con la visita de algunos compactos reciclados de las corporaciones mediáticas, dirigidos al público adolescente e infantil y procedentes del País del Norte. Hablamos de ciertos subproductos que, con una fuerte impronta audiovisual —en base a procedimientos televisivos o informáticos muy efectivos para el acervo imaginario de los niños— logran imponerse a fuerza de la reiteración. (Por supuesto que no llegaron los engendros originales, sino vulgares remedos de escasa imaginación).
Paralelamente, sorprendió la poca atención dispensada a los elencos de teatro mendocino, por parte de las autoridades provinciales del área. Como si desconocieran la ventaja con que corren aquellos espectáculos —los mejores y los peores—que gozan de difusión permanente en medios nacionales o internacionales.
Es que los elencos de teatro de la provincia, al igual que muchas otras actividades culturales, no cuentan con el apoyo necesario para salir adelante y demostrar que son una oferta realmente apreciable para el público mendocino. Entre los múltiples obstáculos con que tropiezan, se destacan la falta de instrumentos efectivos para la promoción de sus actividades y la imposibilidad de contar con una sala propia. En ambos casos, es casi imposible no remitirse a la gestión cultural del ejecutivo provincial y al presupuesto destinado a tal fin.
Según el archivo de prensa del Gobierno de Mendoza, el presupuesto para Cultura destinado para el año 2007 es del 0,47 por ciento. Esto significa apenas 47 millones de pesos. La UNESCO recomienda a los gobiernos invertir el 1 por ciento del presupuesto en cultura.
En Buenos Aires, por ejemplo, se otorga el 3,4 por ciento del presupuesto, y San Luis destina el 2,3 por ciento. Ejemplos éstos más que esclarecedores a la hora de advertir la falta de interés por parte de nuestros gobernantes, en lo que respecta al fomento de las actividades culturales autóctonas.
Volviendo a la actividad teatral. Cualquier funcionario sabe —por su experiencia en los aparatos electorales— el rol que juega la inversión publicitaria en la instalación de un candidato para su reconocimiento. ¿Por qué considera, entonces, que una propuesta teatral puede generar cierto nivel de conocimiento público entre sus potenciales espectadores sin contar con los recursos necesarios para una adecuada promoción? En este sentido, esperar que la actividad prospere sin asistencia oficial es como pretender que se siga produciendo en el campo sin tener agua para el riego.
Por otro lado, en los últimos meses varias salas debieron cerrar o trasladarse por el aumento de los alquileres. No se trata de un dato menor: los elencos teatrales necesitan un lugar físico estable para ser fácilmente identificables por el público. Llama la atención que, con tantos espacios disponibles en la ciudad de Mendoza (algunos son propiedad de organismos oficiales, tanto locales como nacionales), no se esté pensando en la creación de complejos artísticos y salas culturales que reaviven, entre otras cosas, la empobrecida vida recreativa del Gran Mendoza.
Es imprescindible invertir en los artistas locales por una sencilla razón: la cultura, para ser genuina, no puede ser un producto de importación. Es la forma que reviste la idiosincrasia del pueblo mendocino; a la que diariamente los auténticos creadores se empeñan en darle su manifestación artística adecuada. Aún cuando deban sortear verdaderos calvarios para cobrar por su trabajo y estén obligados a mendigar por una sala, un subsidio o algún espacio mediático y publicitario.